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Cinco errores frecuentes al educar a un niño y cómo afectan a su desarrollo

Padre sonriente con dos niños felices mostrando la importancia de la educación afectiva y coherente en el desarrollo infantil de 0 a 6 años.

 

Educar empieza en lo cotidiano

En la puerta de una escuela infantil, una madre se despide de su hijo intentando transmitir calma; el pequeño llora, la educadora lo acoge con un abrazo, y un padre que espera a su lado protesta con impaciencia para que le dejen pasar. En menos de un minuto se cruzan gestos, palabras y reacciones que el niño intentará comprender a su manera. Es en esas escenas cotidianas donde, sin darnos cuenta, se fraguan muchos de los errores que, con la mejor intención, cometen docentes y familias al educar a niños pequeños.

La educación en la primera infancia no es teoría: es práctica diaria. Y pequeños fallos: normas difusas, modelos contradictorios, sobreprotección, comparaciones o la negación de las emociones, tienen efectos acumulativos que condicionan la autoestima, la autonomía y la capacidad para resolver conflictos. En este artículo hablamos de estos errores con mirada pedagógica y damos claves concretas para corregirlos.

 

  1. 1. Reglas poco claras o que no se entienden.

Cuando no se establecen normas claras —o cuando las que existen cambian según el momento— el niño se enfrenta a un terreno inestable. La falta de rutinas y límites dificulta que el niño aprenda a autorregularse: el pequeño no sabe cuándo es apropiado compartir, cómo pedir ayuda o qué consecuencias tiene un determinado comportamiento. En el aula, esto se traduce en interrupciones, dificultad para concentrarse y más tiempo dedicado a controlar conductas que a enseñar.

Sin un marco estable, los niños desarrollan inseguridad y dependencia para tomar decisiones. Para evitarlo, conviene que las normas sean pocas, claras y adaptadas a su edad. La coherencia entre familia y escuela es esencial: si en casa se permite lo que en la escuela se prohíbe, el mensaje se diluye.

 

  1. 2. El poder del ejemplo adulto.

Los niños aprenden observando. No basta con decir “no grites” si el adulto alza la voz al mínimo contratiempo. La incoherencia entre lo que se exige y lo que se hace genera confusión y transmite la idea de que las normas son flexibles. En la etapa infantil, el ejemplo del adulto es la herramienta educativa más poderosa: cómo se resuelven los conflictos, cómo se pide perdón o cómo se gestiona la frustración son lecciones que el niño guardará en su memoria emocional.

Por eso, es fundamental la autorreflexión del adulto y establecer pactos entre familia y escuela. Acuerdos sencillos sobre cómo responder a las conductas habituales refuerzan la seguridad emocional de los pequeños.

 

  1. 3. El abrigo que ahoga: los peligros de la sobreprotección.

Proteger no significa hacer las cosas por ellos. La sobreprotección infantil impide que los niños vivan pequeñas frustraciones necesarias para aprender a tolerar la espera, a resolver problemas y a valorar su propio esfuerzo. Evitar que se equivoquen les priva de aprender de sus errores y ganar confianza en sí mismos.

A medio plazo, la sobreprotección se asocia con más ansiedad, menos autonomía y dificultades para enfrentarse a nuevos retos. La alternativa es ofrecer responsabilidades adaptadas a su edad y acompañar sin hacerlo por ellos. Así, el niño descubre que es capaz y construye una autoestima sólida.

 

  1. 4. Comparar: la herida silenciosa.

“Mira cómo come tu hermano” o “Ana ya sabe escribir su nombre, ¿y tú?” son frases que minan la confianza infantil. En los primeros años, el niño está formando su identidad, y cuando se le etiqueta (“tímido”, “nervioso”, “vago”) interioriza límites invisibles. Las comparaciones entre niños generan celos, competitividad y baja autoestima.

En el aula, conviene sustituir la comparación por la observación positiva: “has hecho un gran esfuerzo” o “hoy intentaremos abrochar un botón más”. Reconocer el proceso de aprendizaje y no solo el resultado alimenta la motivación y crea un clima emocional positivo.

 

  1. 5. Silenciar lo que sienten: el efecto de no validar emociones

Un niño que escucha “no pasa nada, no llores” aprende a desconectarse de lo que siente. Minimizar emociones infantiles o corregir la conducta sin atender a lo que hay detrás —tristeza, miedo o enfado— les priva de herramientas para entenderse y relacionarse mejor.

En esta etapa, enseñar a nombrar emociones y acompañarlas es tan importante como aprender a contar. Validar lo que el niño siente y ofrecer estrategias sencillas (“veo que estás enfadado porque quieres ese juguete; podemos esperar o turnarnos”) le enseña a autorregularse emocionalmente. Ignorar esos sentimientos, en cambio, puede derivar en rabietas intensas, somatizaciones o en la incapacidad para pedir ayuda.

 

Un camino compartido: pequeñas prácticas con gran impacto

Corregir estos errores no requiere fórmulas complejas, sino coherencia, práctica consciente y reflexión. Establecer normas claras, revisar el propio comportamiento adulto, permitir pequeños retos, evitar las comparaciones y validar emociones son gestos sencillos que transforman el clima del hogar y del aula.

Cuando familias y docentes trabajan en equipo, el niño recibe mensajes claros que fortalecen su seguridad emocional. Así, crecen niños con autonomía, autoestima y confianza. Porque educar bien en los primeros años es, en realidad, darles las herramientas para toda la vida.

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