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Cómo ayudar a los niños a resolver los conflictos: el papel de las escuelas infantiles

Niño triste en la mesa de una escuela infantil durante un conflicto con sus compañeros

 

Los conflictos son parte de la educación

En las aulas de infantil, los conflictos entre niños son tan frecuentes como los juegos compartidos. Discusiones por un juguete, desacuerdos en un turno o diferencias en la manera de jugar son parte natural del aprendizaje social. Sin embargo, la manera en que los adultos —educadores y familias— los acompañan puede marcar una gran diferencia en el desarrollo emocional y social de los pequeños.

Lejos de intentar evitarlos o sofocarlos con una solución rápida, las escuelas infantiles tienen la oportunidad de convertir cada conflicto en una experiencia de crecimiento. En lugar de “apagar fuegos”, los equipos educativos pueden ofrecer un acompañamiento que ayude a los niños a poner palabras a sus emociones, entender las del otro y buscar alternativas. Este proceso requiere tiempo, sensibilidad y coherencia pedagógica, pero también una visión de centro compartida.

 

Educar para convivir: una responsabilidad colectiva

En la gestión educativa actual, la convivencia escolar no se limita al reglamento interno o a la resolución de incidencias. Implica crear una cultura de diálogo, respeto y empatía que recorra todo el proyecto pedagógico. Para ello, los equipos directivos desempeñan un papel decisivo: definir una línea de actuación común que oriente a los educadores ante las situaciones de conflicto y que se comunique también a las familias.

No se trata de aplicar un protocolo rígido, sino de establecer un marco coherente que ofrezca seguridad a los niños y a los adultos. Los educadores deben contar con herramientas para la resolución de conflictos, intervenir con calma y acompañar el proceso sin juicios. Una mirada empática puede transformar una pelea por un bloque de construcción en una oportunidad para fortalecer la autoestima y la autorregulación emocional.

 

Del castigo a la comprensión: un cambio de paradigma

Durante décadas, la gestión de conflictos infantiles se apoyó en el castigo o la imposición de autoridad. Sin embargo, los estudios sobre desarrollo infantil muestran que el cerebro de los niños pequeños aún está en proceso de maduración, especialmente en áreas relacionadas con el control de impulsos y la reflexión. Esto significa que su capacidad de negociación o de empatía todavía se está formando, y que necesitan la mediación de un adulto regulado emocionalmente.

Cuando un niño empuja, grita o rompe, su conducta es una expresión de malestar, no una falta moral. El papel del educador consiste en traducir ese comportamiento en lenguaje emocional, ayudando a identificar qué ha sentido (“pareces enfadado porque querías el juguete”) y qué puede hacer la próxima vez (“puedes pedirlo cuando él termine”). En lugar de culpabilizar, se acompaña y se enseña.

En este sentido, la formación del personal docente es clave. Aprender a mirar más allá de la conducta, comprender los mecanismos del cerebro infantil y dominar técnicas de mediación emocional adaptadas a la edad son competencias imprescindibles en la educación actual.

 

El aula como laboratorio de convivencia

Las escuelas infantiles son el primer espacio social más allá de la familia. Allí los niños aprenden a esperar, compartir, negociar y reparar. Por eso, cada aula debería concebirse como un pequeño laboratorio de convivencia, donde se ensaya la empatía, la escucha y el respeto mutuo.

Los rincones de la calma, los cuentos sobre emociones o los juegos cooperativos deben formar parte del proyecto educativo y convertirse en estrategias que permitan entrenar las habilidades socioemocionales que les servirán durante toda la vida. En este contexto, los educadores actúan como guías de los niños y gracias a su ejemplo enseñan a los pequeños a gestionar la frustración o cómo pedir ayuda.

Un niño que aprende que puede expresar su enfado sin ser rechazado, o que puede reparar el daño causado con palabras y gestos, está construyendo una base sólida para su autoestima y su relación con los demás.

 

El papel de las familias: aliados imprescindibles

La colaboración entre escuela y familia es fundamental. Los padres pueden interpretar los conflictos entre niños como un signo de mala conducta, falta de límites o incluso de un problema mayor. Por eso, uno de los grandes retos de los centros es ayudar a las familias a entender el conflicto como parte del aprendizaje.

La comunicación escuela-familia debe ser empática, transparente y educativa. No se trata solo de informar de lo ocurrido, sino de explicar el sentido pedagógico de la intervención. Por ejemplo, si dos niños se han peleado, los educadores pueden compartir con los padres cómo se ha trabajado la reparación, qué han expresado los pequeños y qué aprendizajes se han extraído de la situación.

Esta coherencia entre escuela y familia transmite al niño un mensaje claro: los adultos confían en su capacidad para aprender de sus errores. Cuando el hogar y el aula mantienen la misma mirada educativa, los avances emocionales son mucho más sólidos.

 

Prevenir es educar

Más allá de resolver los conflictos una vez que aparecen, los centros pueden trabajar la prevención educativa, diseñando ambientes que favorezcan la autorregulación y la colaboración. Un espacio bien organizado, con rutinas claras, materiales accesibles y tiempos ajustados al ritmo infantil reduce las tensiones y aumenta la sensación de seguridad.

Asimismo, incluir en el día a día propuestas como las asambleas de grupo, donde los niños expresan cómo se sienten o acuerdan normas comunes, permite anticipar conflictos y fortalecer el sentido de pertenencia. Cuando los pequeños participan activamente en la creación de las reglas, las comprenden mejor y las respetan con más facilidad.

Por otra parte, el juego simbólico, las dramatizaciones o los cuentos emocionales son recursos de gran valor para enseñar a identificar emociones y anticipar conflictos. Cuando los niños participan en la creación de normas, las comprenden mejor y las respetan con mayor facilidad.

 

Construir una escuela emocionalmente inteligente

Ayudar a los niños a resolver conflictos de manera adecuada no es una tarea puntual, sino una filosofía educativa. Implica que todo el equipo —dirección, educadores y personal de apoyo— comparta una visión común: una escuela emocionalmente inteligente que enseña a reconocer emociones, reparar relaciones y convivir desde el respeto.

El objetivo no es que los niños no discutan, sino que aprendan a hacerlo bien. Que descubran que el desacuerdo no rompe los vínculos, y que detrás de cada conflicto hay una oportunidad para crecer juntos. Esa es una de las lecciones más valiosas que puede ofrecer una escuela infantil.

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