El secreto de un cerebro sano en los primeros años: ciencia, afecto y juego

Cómo se construye un cerebro sano en la primera infancia
Durante los primeros seis años de vida, el cerebro infantil vive su etapa más vulnerable y, a la vez, más poderosa. Es un período en el que cada experiencia, cada estímulo y cada hábito cotidiano contribuyen a moldear estructuras que sostendrán la salud física, emocional y cognitiva de la persona adulta. Para familias, docentes y equipos educativos, comprender qué favorece —y qué perjudica— este proceso es clave para orientar su labor a fomentar los hábitos que mejoren el desarrollo infantil.
A diferencia de otros órganos, el cerebro del niño no llega “terminado” al nacimiento. Comienza a formarse durante la gestación y continúa transformándose con enorme rapidez durante los primeros años de vida. Esta plasticidad cerebral abre una ventana de oportunidad única: lo que sucede en el entorno inmediato del niño —su alimentación, su descanso, su bienestar emocional, su seguridad física o la calidad de sus relaciones afectivas— deja huellas duraderas en su arquitectura cerebral.
Un órgano que no deja de cambiar
A los 18 días de gestación aparecen las primeras estructuras del sistema nervioso, y poco antes del nacimiento ya se distinguen las bases de la futura red neuronal. Pero es tras el parto cuando el desarrollo se acelera. Entre los 0 y los 3 años se produce una explosión sináptica que sostiene aprendizajes esenciales: la motricidad, el lenguaje, la percepción, la regulación emocional o las habilidades sociales. A partir de los 3 años, el ritmo cambia: se eliminan conexiones poco usadas, se refuerzan las significativas y el niño comienza a dominar áreas más complejas de comunicación y pensamiento.
En este proceso influyen la genética y los mecanismos biológicos, pero también —y de manera decisiva— las condiciones de vida. Cada vez más estudios alertan del impacto de ciertos factores ambientales: la contaminación atmosférica, la exposición al calor extremo o el estrés infantil prolongado pueden alterar la maduración cerebral. Por ello, la mirada de familias y educadores resulta clave: hay ámbitos donde sí es posible intervenir para proteger y potenciar el desarrollo cerebral. Estos son los más importantes:
- Nutrir para construir: la importancia de la alimentación temprana
Una nutrición adecuada sostiene funciones tan básicas como la formación de membranas neuronales, la producción de neurotransmisores o el mantenimiento de la energía cerebral. Desde el embarazo, el omega-3 y el ácido fólico favorecen el desarrollo neurológico, mientras que el alcohol y el tabaco lo comprometen.
Durante la infancia, una dieta equilibrada rica en frutas, verduras, proteínas de calidad y grasas saludables mejora la función cognitiva y emocional. Por el contrario, los ultraprocesados y el exceso de azúcar alteran la microbiota y la regulación metabólica, dos factores estrechamente vinculados al funcionamiento cerebral.
- Juego infantil: el laboratorio natural del cerebro
El juego no es un pasatiempo, sino un motor neurobiológico. Cuando el niño manipula objetos, explora, imagina o resuelve retos, activa circuitos esenciales para la atención, la memoria, la regulación emocional y la coordinación.
Las interacciones cotidianas —hablar, cantar, contar cuentos, jugar en el suelo, ofrecer estímulos sensoriales y motores— favorecen la creación de conexiones neuronales y fortalecen el vínculo afectivo, un pilar de la salud psicológica infantil.
- Dormir para aprender: la importancia del descanso infantil
Durante el sueño, el cerebro clasifica información, consolida aprendizajes y depura sustancias tóxicas acumuladas durante el día. Un descanso irregular o insuficiente interfiere en estos procesos y se asocia con problemas de atención, impulsividad, irritabilidad y bajo rendimiento escolar.
Los expertos recomiendan rutinas estables, evitar pantallas antes de dormir, mantener horarios regulares y ofrecer un acompañamiento afectivo. La higiene del sueño es una intervención sencilla con efectos directos sobre la salud cerebral.
- Ambientes seguros y afectivos: la biología del buen trato
La neurociencia ha demostrado que el maltrato verbal —gritos, amenazas, humillaciones— deja huellas medibles en el cerebro infantil. Las zonas relacionadas con la regulación emocional y la memoria pueden verse alteradas cuando el niño vive situaciones de estrés recurrente.
Un entorno estable y afectivo, en cambio, actúa como factor protector. El apego seguro reduce el estrés, y favorece la maduración de conexiones esenciales para la empatía, la toma de decisiones y el autocontrol. Los límites y las normas son necesarios, pero deben establecerse desde la serenidad y el respeto.
- Movernos para pensar: el papel del ejercicio físico
La actividad física aumenta el flujo sanguíneo hacia el cerebro, mejora la oxigenación celular y estimula la neurogénesis. Los niños activos muestran mejores capacidades de atención, memoria y resolución de problemas. Diversas investigaciones en el ámbito escolar señalan que los alumnos que incorporan el movimiento de forma regular rinden mejor académicamente y presentan mayor bienestar emocional.
No es necesario practicar deporte estructurado: correr, trepar, bailar, saltar o jugar al aire libre basta para estimular estas funciones.
- Relaciones entre iguales: un entrenamiento para la vida social
La convivencia con otros niños favorece el desarrollo del lenguaje, la negociación, la cooperación y la regulación emocional. La ausencia de interacción social puede generar dificultades en la comunicación y en la conducta, especialmente en los primeros años, cuando la sociabilidad se adquiere a través del juego compartido. En este sentido, la escolarización temprana ofrece un entorno estructurado donde el menor convive, aprende, observa y se relaciona con grupos diversos, lo que redunda positivamente en su desarrollo.
- Pantallas: cuándo estimulan y cuándo perjudican
El uso excesivo de pantallas desplaza actividades más enriquecedoras como el juego libre, la lectura infantil o el movimiento físico. En menores de 2 años los especialistas recomiendan evitarlas; en edades posteriores, limitar su tiempo y supervisar los contenidos. Las tecnologías pueden aportar valor educativo, pero solo si se utilizan de manera acompañada y equilibrada.
- Proteger lo más frágil: prevención de lesiones y cuidados físicos
El cerebro del bebé es especialmente vulnerable a golpes y sacudidas bruscas. El síndrome del bebé zarandeado, por ejemplo, sigue siendo una causa grave de daño neurológico. El uso de sistemas de retención infantil, los cascos en bicicleta o patinete y el fomento del juego seguro son medidas sencillas que previenen lesiones.
- Mirar a tiempo: la importancia de la detección precoz
Observar señales como retrasos en el lenguaje, escasa interacción social o dificultades motoras permite intervenir a tiempo antes de que los problemas se consoliden. La consulta al pediatra o al neurólogo infantil ante la mínima sospecha mejora de forma notable el pronóstico.
El desarrollo cerebral en la primera infancia no depende de una única acción, sino de un conjunto de prácticas cotidianas que suman: afecto, juego, movimiento, descanso, alimentación equilibrada y entornos seguros. Para familias, educadores y escuelas infantiles, promover estos hábitos es una inversión directa en la salud y el bienestar futuro de cada niño.
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