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Por qué debemos enseñar a los niños cómo comportarse en la mesa

niña comiendo patatas fritas con las manos

La comida, una ocasión ideal para educar

La escena es familiar: un niño juega con la comida sin intención de comer, otro mastica con la boca abierta mientras su compañera se repantiga en la silla. Para muchos padres y educadores, la hora de la comida puede parecer una batalla diaria. Pero ¿y si la mesa fuera un espacio privilegiado para educar?

En los primeros años de vida, cada momento cotidiano puede transformarse en una oportunidad de aprendizaje, y la hora de la comida no es la excepción. Es una excelente ocasión para educar en valores desde casa, empezando por el respeto y la empatía. Porque alimentarse no es solo ingerir nutrientes: es también una forma de relacionarse con uno mismo, con los demás y con el entorno.

La mesa como escenario de vida

Sentarse a la mesa implica mucho más que llenar el estómago. Es aprender a esperar el turno, a compartir, a agradecer, a probar sabores nuevos, aunque generen desconfianza. Es también una forma de desarrollar la paciencia, la autorregulación y las habilidades motrices. Es aprender que el alimento es un acto colectivo, una experiencia sensorial, y también un acto cultural.

Los expertos en desarrollo infantil coinciden en que las rutinas en la infancia aportan seguridad emocional al niño. Establecer un momento tranquilo para comer, sin prisas ni pantallas, favorece la conexión con los alimentos y con quienes lo rodean. Investigaciones como las de la Academia Americana de Pediatría destacan que los niños que comen en familia de forma regular presentan mejores hábitos alimenticios en la infancia, mayor vocabulario y niveles más altos de autoestima. Incluso hay estudios que relacionan las comidas en familia y sus beneficios con un mejor rendimiento escolar a largo plazo.

Desde los primeros años el niño aprende mediante la observación y la imitación. Así, cuando ve a sus cuidadores comer con cubiertos, pedir las cosas con educación o disfrutar de los alimentos, está interiorizando patrones que se grabarán profundamente en su memoria emocional. Por eso, el ejemplo cotidiano vale más que cualquier corrección o sermón. Los modales en la mesa para niños no se enseñan de golpe ni con normas abstractas, sino a través de experiencias repetidas y coherentes. Cada comida es una clase práctica de civismo.

Modales sin batallas: cuándo y cómo empezar

¿Cuándo es el mejor momento para enseñar a los niños buenos modales en la mesa? Pues desde el principio. No se trata de exigir a un bebé que se comporte como un adulto, sino de acompañar su desarrollo de forma gradual. A los seis meses, cuando comienza la alimentación complementaria, podemos empezar a crear una atmósfera calmada y receptiva. A medida que crece, el niño puede participar en tareas sencillas como colocar su plato o servirse agua con ayuda.

Lo importante no es imponer un código rígido, sino crear un ambiente sosegado donde el niño quiera formar parte. Enseñar buenos modales en la mesa no es sinónimo de corrección constante. Más eficaz que señalar lo que hacen mal es reforzar lo que hacen bien: “Qué bien estás usando la cuchara”, “Gracias por esperar tu turno”, “Qué bien que compartas el pan”.

Estudios sobre refuerzo positivo, como los desarrollados por la Universidad de Stanford, muestran que los niños responden mejor cuando se sienten valorados y reconocidos, en lugar de juzgados. Aplicar una disciplina positiva en la mesa, corregir con respeto, evitar humillaciones y saber cuándo dejar pasar ciertas conductas son claves para no convertir la comida en una fuente de ansiedad.

Es cierto que no todos los días serán perfectos. Habrá alimentos que rechacen, momentos en los que se levanten antes de tiempo o días en los que la paciencia se agote. Pero mantener una actitud constante, afectuosa y firme ayuda a construir una base sólida cuando nos sentamos a la mesa. El niño aprende, poco a poco, que comer no es solo una necesidad biológica, sino un momento para estar con otros, escucharlos, respetarlos y compartir. También es una oportunidad para acompañar la educación emocional infantil, ayudando a identificar y gestionar emociones en un entorno cotidiano.

El arte de comer juntos

En las escuelas infantiles, la hora de la comida es parte del proyecto educativo. No es solo un momento para dar de comer, sino para formar. Se enseña a esperar, a pedir por favor, a agradecer. El ambiente está pensado para que el niño se sienta acompañado, pero también autónomo. Las sillas y mesas adaptadas, los menús equilibrados y la presencia de adultos disponibles y atentos convierten la comida en una experiencia educativa completa.

Y en casa, aunque los horarios no siempre coincidan, se pueden buscar momentos semanales para comer en familia, sin interrupciones tecnológicas. Involucrar a los niños en la preparación, poner la mesa juntos, hablar sobre el día… Todo esto fortalece el vínculo familiar y desarrolla habilidades sociales fundamentales. Comer en compañía mejora el lenguaje, refuerza la autoestima y enseña al niño a escuchar y expresarse. Promover una alimentación consciente en niños es tan importante como educar con el ejemplo.

La nutricionista infantil Ellyn Satter, creadora del “Modelo de Responsabilidad Compartida”, sugiere que los adultos deben decidir el qué, el cuándo y el dónde de la comida, y que el niño elija cuánto comer (y si quiere comer). Esta perspectiva, cada vez más aceptada, fomenta una relación saludable con la comida y evita luchas innecesarias. Respetar las señales de hambre y saciedad es también una forma de educar.

Comer bien es convivir mejor

A través de la comida, los niños descubren sabores, texturas, olores… pero también normas, ritmos y emociones. Aprenden que hay tiempo para todo: para jugar, para correr, y también para estar sentado, conversar y disfrutar. Aprenden que compartir la comida es compartir la vida.

Es cierto que enseñar buenos modales en la mesa requiere tiempo, constancia y paciencia. Pero los beneficios son inmensos. No solo estamos formando niños educados, sino personas empáticas, atentas y respetuosas. La mesa es, al fin y al cabo, una pequeña sociedad. Y como toda sociedad, necesita normas, diálogo, colaboración… y, por supuesto, buen alimento.

Educar en valores desde la mesa es dar valor a lo cotidiano. Es entender que, en cada cucharada, hay mucho más que comida: hay cultura, afecto y aprendizaje. Cada comida es una oportunidad de aprendizaje, una semilla para el desarrollo infantil a través de rutinas sencillas y repetidas. Y eso, servido cada día con cariño, se convierte en una receta que alimenta toda la vida.

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